Sobre las obras inconclusas.
Por caprichos del destino,
Charles Dickens murió justo en el medio de una novela de
misterio.
Recientemente la BBC intentó resolver "El misterio de Edwin
Drood". La escritora Gwyneth Hughes no sólo adaptó la novela sin terminar
de Dickens para la televisión, sino que también le inventó un final.
"Leí el libro y me pareció brillante", dice Hughes. "Pero
cuando estás viendo un drama, lo único que importa es cómo va a terminar. Para
usar la frase de Alfred Hitchcock, 'es lo que te mantiene pegado a la
silla'".
Hughes se inspiró en Katie, la hija de Dickens. Ella decía que había que
recordar de su padre lo que él hacía mejor: escudriñar el corazón humano.
"Esto me animó a ir hacia donde me llevaron los personajes y espero que
la gente a la que le fascina el libro -aunque no le guste lo que haya hecho con
la novela- siga adorando a los personajes de Dickens".
Pastiche
La lista de grandes autores que dejaron sus obras a medio terminar, a causa
de una enfermedad o la muerte, es larga. Jane Austen, las hermanas Bronte,
Albert Camus, Frank Kafka son sólo algunos de ellos. Y alrededor de estas
figuras fue creciendo una industria de los llamados "continuadores",
que buscan terminar con sus propias palabras lo que otros empezaron.
¿Pero por qué un escritor que se precie elegiría finalizar el trabajo de
otro autor en vez de crear su propia obra? Es muy posible que el resultado de
una obra iniciada por uno y finalizada por otro sea un pastiche.
Es un territorio peligroso, señala el profesor John Mullan, quien
actualmente está escribiendo un libro sobre Jane Austen. "Lo que esperamos
cuando leemos una obra de Austen, Dickens o Laurence Sterne, es una voz en
particular, y eso es extremadamente difícil de recrear".
Es una estrategia riesgosa para un autor, pero quizá habla de una necesidad
profunda de todos nosotros, como explica el crítico literario Frank Kermode en
su libro "El sentido de un final": los seres humanos tenemos muy
arraigada la necesidad de ser premiados con conclusiones.
John Sutherland, profesor emérito del University College de Londres,
comparte esta opinión. "Kermode notó que cuando escuchamos a un reloj
hacer tic, tic, tic, lo que escuchamos en realidad es tic, tac, tic, tac,
porque nos gustan los principios y los finales".
En este punto cabe preguntarse si tenemos el derecho a terminar el trabajo
de otros. Leonardo Da Vinci, quien una vez dijera que "las obras de arte
nunca se terminan, sólo se abandonan", pintó 15 cuadros a lo largo de su
vida. Cuatro de ellos están sin terminar.
"Necrofilia literaria"
El crítico Mark Lawson cree que completar el trabajo de otros sólo sirve
para crear confusión alrededor de la obra.
En el caso de Ernest Hemingway, Lawson condena la publicación conjunta de
fragmentos y anotaciones, que los editores hicieron pasar como obra inédita.
"Es una forma de necrofilia literaria que altera por completo la vida
de un artista", dice.
Por otro lado, está el caso de Franz Kafka. Si su amigo Max Brod hubiese
cumplido las instrucciones que dejó el escritor de quemar los manuscritos de
sus novelas inconclusas, y no las hubiese organizado y publicado, los lectores
nos hubiésemos perdido "El proceso", uno de las obras más influyentes
del siglo XX.
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