El caballo y su viva entraña amanecen a una tarea
terrible, y lo que va del siglo ha mostrado el astillamiento de estructuras
consideradas escolarmente como normativas. Aún no hemos conocido mucho más
que el movimiento de destrucción; este ensayo tiende a afirmar la existencia
de un movimiento constructivo, que se inicia sobre bases distintas a las
tradicionalmente literarias, y que sólo podría confundirse con la línea
histórica por la analogía de los instrumentos. Es en este punto donde el
término literatura requiere ser sustituido por otro que, conservando la
referencia al uso instrumental del lenguaje, precise mejor el carácter de
esta actividad que cumple cierto escritor contemporáneo.
Si hasta este punto no hemos pasado de mostrar
cómo nuestro escrito barrena las murallas del idioma literario por una razón
de desconfianza, por creer que de no hacerlo se encierra en un vehículo sólo
capaz de llevarlo por determinados caminos, importa ya reconocer que esa
agresión no responde a una ansiedad de liberación frente a convenciones
formales, sino que revela la presencia de dimensiones esencialmente
incontenibles en el lenguaje estético, pero que exigen formulación y en
algunos casos son formulación. El escritor agresivo no incurre en la
puerilidad de sostener que los literatos del pasado se expresaban
imperfectamente o traicionaban su compromiso. Sabe que el literato vocacional
arribaba a una síntesis satisfactoria para su tiempo y su ambición, con un
proceso como el que he mostrado en el caso de Balzac.
Nuestro escritor
advierte en sí mismo, en la problematicidad que le impone su tiempo, que su
condición humana no es reductible estéticamente y que por ende la literatura
falsea al hombre a quien ha pretendido manifestar en su multiplicidad y su
totalidad; tiene conciencia de un radiante fracaso, de una parcelación del
hombre a manos de quien mejor podía integrarlo y comunicarlo; en los libros
que lee no encuentra de sí mismo otra cosa que fragmentos, modos parciales de
ser: ve una acción mediatizada y constreñida, una reflexión que cree forjarse
sus cauces y discurre tristemente encauzada apenas se formula verbalmente, un
hombre de letras como quien dice una sopa de letras, personaje invariable de
todos los libros, de todas las literaturas. Y se inclina con temerosa
maravilla ante esos escritores del pasado donde asoma, proféticamente, la
conciencia del hombre total, del hombre que sólo conviene en órdenes
estéticos cuando los halla coincidintes con su libre impulso, y que a veces
los crea para sí mismo como Rimbaud o Picasso.
Hombre con conciencia clara de
que debe elegir antes de aceptar, que la tradición literaria, social o
religiosa no pueden ser libertad si se las acepta y continúa pasivamente. De
hombres tales testimonian muchos momentos de la literatura, y el escritor
contemporáneo observa sagazmente que en todos los casos su actitud de
libertad se ha visto probada por alguna manera de agresión contra las formas
mismas de lo literario. El lenguaje de las letras ha incurrido en hipocresía
al pretender estéticamente modalidades no estéticas del hombre; no sólo
parcelaba el ámbito total de lo humano sino que llegaba a deformar lo
informulable para fingir que lo formulaba; no sólo empobrecía el reino sino
que vanidosamente mostraba falsos fragmentos que reemplazaban -fingiendo
serlo-, a aquello irremisiblemente fuera de su ámbito expresivo.
La etapa destructiva se impone al rebelde como
necesidad moral ... y como marcha hacia una reconquista instrumental, y es
asimismo aquel cuya libertad sólo alcanza plenitud dentro de formas que la
contienen adecuadamente porque de ella misma nacen por un acto libre, se
comprende que la exacerbación contemporánea del problema de la libertad (que
no es don gratuito y sí conquista existencial) tenga su formulación literaria
en la agresión contra los órdenes tradicionales. Se repara en ciertas
situaciones entiendo por esto una estructura temática a expresar, a
manifestarse expresivamente que no admiten simple reducción verbal, o que
sólo formuladas verbalmente se mostrarán como situaciones -lo que ocurre en
las formas automáticas del surrealismo, donde el escritor se entera que su
obra es esto o aquello.
Mirando así las cosas, se advierte la necesidad
de dividir al escritor en dos grupos opuestos: el que informa la situación en
el idioma (y ésta sería la línea tradicional), y el que informa el idioma en
la situación. En la etapa ya superada de la experimentación automática de la
escritura, era frecuente advertir que el idioma se hundía en total bancarrota
como hecho estético al someterse a situaciones ajenas a su latitud semántica,
tanto que el retorno momentáneo del escritor a la conciencia se traducía en
imágenes fabricadas... falsa aprehensión de intuiciones que sólo nacían de
adherencias verbales y de visión extraverbal. El idioma era allí informado en
la situación, subsumido a ésta: se advertía, en la total actividad
"literaria", lo que antaño fuera sólo privativo de las más altas
instancias de la poesía lírica.
No puede decirse que la tentativa de escritura
automática haya tenido más valor que el de lustración y alerta, porque en
definitiva el escritor está dispuesto a sacrificarlo todo menos la conciencia
de lo que hace, como tanto lo repitiera Paul Valéry. Afortunadamente, en las
formas conscientes de la creación se ha arribado a una concepción análoga de
las relaciones necesarias entre la estructura-situación y la
estructura-expresión, se ha advertido, a la luz de Rimbaud y el surrealismo,
que no hay lenguaje científico-o sea colectivo, social- de rebasar los
cuadros de la conciencia colectiva y social, es decir limitada y atávica; que
es preciso hacer el lenguaje para cada situación y que al recurrir a sus
elementos analógicos, prosódicos y aun estilísticos, necesarios para alcanzar
comprensión ajena, es preciso encararlos desde la situación para la cual se
los emplea, y no desde el lenguaje mismo.
Nuestro escritor da señales de inquietud...
sospecha que el hombre ha alzado esa barrera (la del lenguaje) al no ir más
allá del desarrollo de formas verbales limitadas, en vez de rehacerlas, y que
cabe a nuestra cultura echar abajo, con el lenguaje "literario", el
cristal esmerilado que nos veda la contemplación de la realidad.
...Esta agresión contra el lenguaje literario, la
destrucción de formas tradicionales, tiene la característica propia del
túnel; destruye para construir. Sabido es que basta desplazar de su orden
habitual una actividad para producir alguna forma de escándalo y sorpresa.
Una mujer puede cubrirse de verde desde el cuello a los zapatos sin
sorprender a nadie; pero si además se tiñe de verde el cabello, hará
detenerse a la gente en la calle. La operación del túnel ha sido técnica
común de la filosofía, la mística y la poesía, pero el conformismo medio de
la "literatura" a los ordenes estéticos torna insólita una rebelión
contra los cuadros internos de su actividad.
Puerilmente se ha querido ver en el túnel verbal
una rebelión análoga a la del músico que se alzara contra los sonidos
considerándolos depositarios infieles de lo musical, sin advertir que en la
música no existe el problema de información y por ende de conformación, que
las situaciones musicales suponen ya su forma, son su su forma.
La ruptura del lenguaje ha sido entendida desde
1910 como una de las formas más perversas de la autodestrucción de la cultura
occidental; consúltese la bibliografía adversa a Ulysses y al
surrealismo. Se ha tardado, se tarda en ver que el escritor no se suicida
como tal, que al barrenar el flanco verbal opera una necesaria y lustral
tarea de restitución. Ante una rebeldía de este orden, que compromete
el ser mismo del hombre, las querellas tradicionales de la literatura
resultan meros y casi ridículos movimientos de superficie. No existe
semejanza alguna entre esas conmociones modales, que no ponen en crisis la
validez de la literatura como modo verbal del ser del hombre, y este avance
en túnel, que se vuelve contra lo verbal desde el verbo mismo pero ya en un
plano extraverbal, denuncia a la literatura como condicionante de la
realidad, y avanza hacia la instauración de una actividad en la que lo
estético se ve reemplazado por lo poético, la formulación mediatizadora por
la formulación adherente, la representación por la presentación.
...la Literatura habrá de mantenerse invariable
como actividad estética del hombre, custodiada, acrecida por los escritores
vocacionales. Seguirá siendo una de las artes, incluso de las bellas artes;
adherirá a los impulsos expresivos del hombre en el orden de lo bello, lo
bueno y lo verdadero... Dejémosla en su reino bien ganado y mantenido, y
apuntemos hacia las nuevas tierras cuya conquista extraliteraria parece ser
un fenómeno significativo dentro del siglo. Una forma de manifestación
verbal, la novela, nos servirá para examinar el método, el mecanismo por el
cual se articula un ejercicio verbal a cierta visión, a cierta re-visión de
la realidad.
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